Acto segundo
(…)
(Salen y sale Bernarda. Se oyen rumores lejanos. Entran Martirio y Adela, que se quedan escuchando y sin atreverse a dar un paso más de la puerta de salida.)
Martirio: Agradece a la casualidad que no desaté mi lengua.
Adela: También hubiera hablado yo.
Martirio: ¿Y qué ibas a decir? ¡Querer no es hacer!
Adela: Hace la que puede y la que se adelanta. Tú querías, pero no has podido.
Martirio: No seguirás mucho tiempo.
Adela: ¡Lo tendré todo!
Martirio: Yo romperé tus abrazos.
Adela: (Suplicante.)¡Martirio, déjame!
Martirio: ¡De ninguna manera!
Adela: ¡Él me quiere para su casa!
Martirio: ¡He visto cómo te abrazaba!
Adela: Yo no quería. He ido como arrastrada por una maroma.
Martirio: ¡Primero muerta!
(Se asoman Magdalena y Angustias. Se siente crecer el tumulto.)
La Poncia: (Entrando con Bernarda.) ¡Bernarda!
Bernarda: ¿Qué ocurre?
La Poncia: La hija de la Librada, la soltera, tuvo un hijo no se sabe con quién.
Adela: ¿Un hijo?
La Poncia: Y para ocultar su vergüenza lo mató y lo metió debajo de unas piedras; pero unos perros, con más corazón que muchas criaturas, lo sacaron y como llevados por la mano de Dios lo han puesto en el tranco de su puerta. Ahora la quieren matar. La traen arrastrando por la calle abajo, y por las trochas y los terrenos del olivar vienen los hombres corriendo, dando unas voces que estremecen los campos.
Bernarda: Sí, que vengan todos con varas de olivo y mangos de azadones, que vengan todos para matarla.
Adela: ¡No, no, para matarla no!
Martirio: Sí, y vamos a salir también nosotras.
Bernarda: Y que pague la que pisotea su decencia.
(Fuera su oye un grito de mujer y un gran rumor.)
Adela: ¡Que la dejen escapar! ¡No salgáis vosotras!
Martirio: (Mirando a Adela.)¡Que pague lo que debe!
Bernarda: (Bajo el arco.) ¡Acabar con ella antes que lleguen los guardias! ¡Carbón ardiendo en el sitio de su pecado!
Adela: (Cogiéndose el vientre.) ¡No! ¡No!
Bernarda: ¡Matadla! ¡Matadla!